Autora: Christine Legrand / La Croix
Los
niños se plantean preguntas sobre la muerte, y los adultos, al responderles, se
suelen sentir incómodos.
Sin
embargo, es necesario hablar con ellos para su desarrollo y por los lutos a los
que se tendrán que enfrentar.
«Los
niños saben tanto como nosotros, los adultos, sobre la muerte: es decir, nada
de nada», dice el psiquiatra Daniel Oppenheim.
Y los
adultos no se atreven a hablarles de ella. Piensan que son demasiado jóvenes,
que no lo entenderán. Tampoco quieren que los niños vean su ignorancia sobre el
tema.
Y,
además, los niños miran a la vida, es mejor no causarles inquietud.
«Pero también proyectamos sobre ellos nuestros propios miedos y, con el pretexto de protegerles, les negamos el derecho a la palabra», constata Marie Blondeau, consultora y formadora al acompañamiento en el luto, y voluntaria en Jalmalv (Jusqu’à la mort, accompagner la vie – Hasta la muerte, acompañar la vida), una federación que milita desde hace años para que nos «atrevamos» a hablar de la muerte con los niños.
«Pero también proyectamos sobre ellos nuestros propios miedos y, con el pretexto de protegerles, les negamos el derecho a la palabra», constata Marie Blondeau, consultora y formadora al acompañamiento en el luto, y voluntaria en Jalmalv (Jusqu’à la mort, accompagner la vie – Hasta la muerte, acompañar la vida), una federación que milita desde hace años para que nos «atrevamos» a hablar de la muerte con los niños.
Una visión más natural.
Frente
a la muerte, los niños, en efecto, se sienten a menudo más cómodos que los
adultos.
Muy
temprano ellos se plantean preguntas, «juegan» con la muerte, son capaces de
decir a su abuela: «Eres anciana, pronto morirás».
En 1915
Sigmund Freud constató que queríamos «eliminar la muerte» con nuestro silencio,
porque nos creíamos inmortales. Y que sólo los niños se atrevían a pasar por
encima de esta «limitación» de las palabras que los adultos se imponían a ellos
mismos.
Desde
hace años se están llevando a cabo algunos progresos. La literatura infantil
sobre el tema es cada día más floreciente. Las revistas para niños de “Bayard
jeunesse", Pomme d’Api Soleil (4-8 años) y Filotéo (8-13 años) abordan el
tema una vez al año. Los padres escuchan más.
Preguntas
existenciales por sorpresa.
Los
niños tienen el arte de plantear las cuestiones existenciales «¿Dónde vamos
cuando morimos?», cuando regresamos agotados del trabajo o cuando estamos
tendiendo la ropa…
Y a
menudo nos cogen desprevenidos, e incapaces en ese momento de darles una
respuesta.
Algunas
escuelas han creado talleres de filosofía desde la escuela materna, donde la
cuestión se aborda espontáneamente; otras siguen ocultándola, incluso en las
situaciones más dramáticas. «Cuando un alumno muere, o pierde a uno de sus
padres, algunos colegios ponen en marcha un apoyo psicológico; otros no hacen
nada», constata Marie Blondeau.
Y los
pequeños huérfanos (aproximadamente uno por clase en la primaria) viven aún
demasiado a menudo su luto en soledad, se avergüenzan, como demuestran los
desgarradores testimonios publicados en la revista Autrement : «Huérfanos
invisibles».
El
antes y el después de la vida.
¿Por
qué es tan importante hablar de este tema?.
«Incluso
los niños más pequeños quieren que les hablemos de dos grandes vacíos: el antes
y el después de la vida», recalca Sophie Furlaud, responsable editorial de
Pomme d’Api Soleil. «Es importante que el niño sienta que tiene el derecho de
hablar de esto», insiste Marie Blondeau.
En caso
contrario, se quedará solo con sus preguntas o hablará de este tema con sus
compañeros, fantaseará sobre lo que se le ha escondido, lo que le causará aún
más angustia.
Hablar
de la muerte es hablar de la vida. Es un acto educativo que «ayuda al
crecimiento y la formación de un niño». Es importante hacerlo antes de que
tenga que enfrentarse personalmente a un luto.
«Un
niño que haya podido elaborar con anterioridad sus pensamientos sobre la muerte
vivirá el luto por un familiar de una manera más serena», constata Marie
Blondeau.
Los
niños tienen derecho a la verdad.
En caso
de fallecimiento de un familiar cercano, hablar con él se convierte en un
«deber», una «obligación», independientemente de su edad: incluso un bebé tiene
derecho a la verdad. El deseo de proteger a los niños contra sufrimientos que
nosotros pensamos que son excesivamente duros para ellos los conduce a una
realidad prejuzgada.
Pueden
vivir este silencio como una especie de abandono, frecuentemente acompañado por
un sentimiento de culpabilidad.
Esto es
válido también en el caso del fallecimiento de una mascota, a las que los niños
a menudo están muy apegados, indica Marie Blondeau: ellos viven su pérdida como
un verdadero luto. Esconder la muerte de un animal puede hacer que pierda la
confianza en los adultos.
El
niño, ¿es capaz de «entender» qué es la muerte?.
En
general, los psicólogos consideran que un niño no es capaz de imaginarse el
carácter «irreversible» de la muerte, el «nunca jamás». Siente la ausencia como
temporal y un niño puede imaginarse, por ejemplo, que un padre fallecido puede
volver. Sólo cuando tiene entre 8 y 12 años toma conciencia de su aspecto
irreversible y universal.
Pero
otros, como el filósofo Éric Fiat (en el congreso Jalmalv de 2013) piensan que,
desde el nacimiento «el niño “sabe” que él podría no haber sido y que él podría
no estar». Y cuando un niño de 5 años pregunta «cuando estamos muertos ¿es para
toda la vida?», está presintiendo su carácter definitivo.
Cómo
hablar con ellos.
¿Cómo
le hablamos?. Hablar con un niño significa, ante todo, escucharle, estar atento
a las preguntas que plantea. Y que el adulto se tranquilice: «Un niño sólo
planteará las preguntas cuyas respuestas él se siente capaz de entender», avisa
Marie Blondeau.
Cuando
a un niño no le afecta directamente un luto, podemos plantearle sus propias
preguntas, pidiéndole su consejo: «Y tú, ¿qué piensas?». «Los adultos no se dan
cuenta hasta qué punto un niño muy pequeño ya sabe cosas sobre la muerte, y las
representaciones que tiene de ella».
Si
encuentra, por ejemplo, un erizo muerto en el borde de la carretera – a menudo
es su primer contacto físico con la muerte -, debemos dejar que surjan sus
preguntas, que suelen ser muy concretas (¿se siente mal?, ¿tiene hambre?, ¿tiene
frío?). Podemos encontrar ayuda también en los numerosos libros breves para
niños que abordan este tema. Y a veces debemos atrevernos a decir «no lo sé,
tengo que reflexionar».
El luto
de un familiar cercano.
Cuando
el niño tiene que enfrentarse al luto de un familiar cercano, es difícil dar
consejos generales, y la escucha del niño debe hacerse a largo plazo.
Una
encuesta realizada por psicólogos en Oncología entre niños cuyos padres estaban
enfermos de cáncer ha demostrado que ellos reclamaban explícitamente que se les
dijera la «verdad con palabras amables».
Es
necesario, de todas formas, intentar emplear las palabras «justas», sencillas y
verdaderas: pronunciar la palabra «muerte» y no «irse», porque el niño puede
pensar que el difunto puede volver.
Cada
adulto hablará, también, en función de sus convicciones religiosas, respetando
esta regla de oro: no mentirle nunca, y ser lo más auténtico posible, porque el
niño se da cuenta enseguida si creemos en lo que le estamos diciendo.
¿Dónde
vamos después de la muerte?.
«Poder
transmitir la experiencia cristiana, la idea de una vida que no acaba, una vida
de amor cerca de Dios, es muy tranquilizador para el niño», subraya Bénédicte
Jeancourt, responsable editorial de Filotéo.
«Al
mismo tiempo, a los más pequeños les inquieta la Resurrección», matiza Sophie
Furlaud, pues decirle que todos nos vamos a encontrar hace que surjan más
cuestiones, a las que no siempre los adultos son capaces de responder, pues
ellos mismos no saben mucho, más allá de lo que dicen los Apóstoles.
«En
Pomme d’Api Soleil, les hacemos reflexionar, mediante ejemplos concretos, sobre
los “pasajes” donde la vida triunfa sobre la muerte. Les podemos hablar de la
experiencia de Jesús, que sus amigos volvieron a ver vivo, y que prometió que
viviríamos lo mismo que Él».
«Incluso
cuando somos cristianos, concreta Bénédicte Jeancourt, es importante aclarar a
los niños que la muerte es el final de algo. Ellos necesitan saber que el
cuerpo se pudre en la tierra y ¡reclaman respuestas casi científicas!».
Es
esencial también decirles que la muerte no es el olvido, que la persona amada
sigue viviendo en nuestro recuerdo. Y es necesario hablar con regularidad al
niño de las personas difuntas que hemos amado (incluido un abuelo que no haya
conocido). Evocar estos recuerdos puede ser también alegre.
¿Asociarle
al funeral?.
Los
especialistas piensan que es positivo proponer al niño ver el cuerpo del
difunto, para que él pueda constatar la realidad física de la muerte, pero
también decir adiós a la persona amada. Pero con la condición de que el niño
esté de acuerdo y que se le prepare para ello. De todas formas, no ver al
difunto no le impedirá estar y sentir el luto.
En
cambio, es importante explicarle el rito del funeral, proponerle que participe,
llevarle al cementerio. De este modo, él podrá entender lo que se diga del
difunto, sentir los vínculos familiares y de amistad a su alrededor; también se
le puede pedir que haga un dibujo, que escriba una carta o que confeccione un
pequeño regalo.
Hay
muchas maneras de decirle que la muerte no es el fin de la relación, y que él
podrá mantener con otros el recuerdo de la persona amada.
¿Compartir
también nuestras emociones?.
Algunos
padres no osan llorar delante de los niños porque quieren protegerlos. Los
niños, por su parte, a veces no expresan sus emociones, porque también ellos
quieren proteger a sus padres. De este modo, cada uno se queda en su propia
burbuja.
Ahora
bien, no hay luto sin dolor y es importante que el niño sepa que estamos
tristes. Ciertamente, no se trata de ahogarle con nuestras emociones de adulto,
tenemos que saber lo que él es capaz de compartir y, sobre todo, explicarle que
él no es responsable. Pero es necesario compartir un poco de la propia tristeza
con el niño, para que él se permita a sí mismo expresar la suya. Esto le
ayudará a sentir su luto y superarlo.
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