martes, 15 de septiembre de 2020

De "lo mío" a "lo nuestro"

Hace unos días leía un artículo titulado Urge vivir una espiritualidad política desde lo común. Se compuso utilizando el formato de una entrevista hecha a Emma Martínez Ocaña, buscadora incansable, apasionada por hacer verdad ese sueño de Jesús por un mundo más justo, esta “joven” teóloga es Licenciada en Historia y Teología Espiritual, Psicoterapia individual y de grupo, especialidades a las que, desde hace más de veinte años, dedica gran parte de su tiempo, así como a orientar encuentros de silencio, meditación y talleres de integración psicoespiritual.

La entrevista se centra en primer lugar en dejar claros los términos “espiritualidad” y “política” para luego entrar y explicar la gran relación que hay entre ambos términos hasta el punto de que, según Emma, una cosa no se entiende sin la otra. Es decir, aboga por redescubrir el valor de la conexión de todo cuanto somos, lo que nos envuelve en todas sus formas y por lo tanto de todos nuestros quehaceres.

Cada uno a lo suyo.

Hoy tendemos a disociar todo: como si lo que hacen las personas que trabajan en la mar y se pasan meses a veces sin pisar tierra firme no tuviera que ver nada con lo que hace una enfermera de un hospital ubicado en Burgos capital, por ejemplo; en la enseñanza hemos disociado el saber en distintas materias o áreas del conocimiento, les ponemos notas y hacemos informes del alumnado ya desde E. Infantil y les vamos encasillando poco a poco, hemos creado rúbricas que delimitan con supuesta “objetividad” lo que corresponde a un 3 o un 4, un 5, 6, 7-8, 9, 10 y que luego se traducirán en unas notas de final de curso que ejercerán un peso muy fuerte en la autoconcepción de este alumnado, pero sin tener en cuenta para nada su realidad en sus respectivos contextos relacionales; en cuanto al compromiso lo delimitamos entre lo social, político, eclesial,… y dentro de cada uno de éstos hemos trazado otros muchos ámbitos que con no poca frecuencia se convierten en excusa para los enfrentamientos y luchas competitivas… como si tuviera que existir esa rivalidad excluyente; también, y con demasiada frecuencia, se observa cómo los problemas laborales (regulación de empleo) de los trabajadores de una empresa automovilística le importan un pimiento a los que trabajan en los despachos de una administración pública… porque creen que eso no les afecta lo más mínimo y por lo tanto sólo se van a preocupar de que no falte su aumento anual en sus salarios; etc...
En todos estos ejemplos, entre otros muchos que podríamos citar, podemos comprobar facilísimamente como estamos siguiendo al pie de la letra la estrategia de un sistema que fracciona sistemáticamente, aísla y debilita por lo tanto la capacidad de organización y trabajo conjunto para alcanzar metas que beneficien a todos y también a su entorno. A cierto “sistema” esa unidad, esa cohesión, no le interesa y sabiéndolo o no… estamos todos contribuyendo a perpetuarlo y fortalecerlo.

Quiénes somos, dónde estamos, qué proyecto común tenemos.

Necesitamos abrir los ojos a la realidad completa, que seamos capaces de ver más allá de la punta de nuestra nariz, que dejemos de mirarnos tanto el ombligo… y nos demos cuenta de que todo y todos estamos interconectados. El COVID19 y el período de confinamiento vivido destapó de repente esta realidad que nuestra vida frenética anterior estaba ocultando. No es posible la vida sin tenernos a todos y todo en cuenta. Nada ni nadie puede medirse por un valor economicista, tampoco por unas notas académicas por muy “objetivas” ¿objetivas? que nos hayan puesto.
En la familia tenemos un papel clave en la educación de las generaciones que no son del futuro, sino que ya están aquí: son nuestros hijos.
Quizás no podamos cambiar la forma en que la escuela actual y su academicismo contribuyen al autoconcepto que nuestros hijos tengan de sí mismos, pero sí podemos hacer diálogo con ellos sobre lo que nuestros hijos captan, piensan, sienten,… y animarles a mirar más allá, descubrirse como “personas” y sobre todo “personas en relación” y capaces de alcanzar las metas que se propongan independientemente de lo que digan informes, calificaciones y demás encorsetamientos.
Puede que el fraccionamiento de nuestra sociedad siga siendo evidente durante muchos años pero nosotros podemos enseñar a nuestros hijos la “relación” entre todos sus compartimentos y ayudarles a entender que “nadie es sin los demás”, que la persona se completa a sí misma en la medida que se abre a los demás y, por lo tanto, toma como suyos los problemas, dificultades, luchas, ilusiones y esperanzas de los demás.
Así hasta comprender y hacer entender que no sólo estamos todos en el mismo barco sino que todos tenemos que remar en esa misma dirección: aquélla que nos lleve al Bien Común, ése que se alcanza más allá de los intereses particulares y egocéntricos y que a la postre es el que significará el verdadero progreso de la humanidad y no sólo del grosor de algunos bolsillos (casualmente siempre de los mismos, que son bien pocos, y en detrimento o a costa del resto).
Ese Bien Común es el proyecto que nos engloba a todos.

En equipo con la escuela.

Una de las maneras de mostrar que estamos comprendiendo esto es que tomemos mayor interés por lo que en los centros docentes se haga con nuestros hijos. Somos sus padres, somos sus primeros y principales educadores, nadie ni nada tiene la capacidad de arrogarse la capacidad de suplirnos ni desplazarnos de nuestro papel. Por lo tanto es nuestro derecho y deber:
  1. - Implicarnos en la vida de los centros a través de los diferentes órganos de participación (APA, Consejo Escolar, comisiones de preparación de fiestas o celebraciones,…).
  2. - Hacernos presentes en las reuniones generales de curso, en las de curso o grupo/clase, y tomar en estos espacios un papel activo y no sólo receptivo: no se trata sólo de escuchar y acatar todo lo que nos digan sino también de aportar nuestras propuestas, sugerencias,…
  3. - Conocer con detalle el Proyecto Educativo del Centro, ver lo que podemos hacer para enriquecerlo y por lo tanto mejorarlo y colaborar en su puesta en práctica.
  4. - …
La escuela y la familia tenemos un Bien Común: la educación de nuestros hijos; podemos o no coincidir en los criterios de actuación pero como mínimo los hemos de plantear, conocer, debatir y finalmente acordar maneras de aplicarlos por el bien de nuestros hijos.

Esta educación que familia y escuela realizamos en equipo tiene también en el horizonte el Bien Común que es la Casa Común de toda la humanidad. Lo académico no debe ser sólo lo que el Plan Bolonia con sus Competencias (Básicas o Clave, según como se las quiera llamar) trata de conducirnos: al “MERCADO”; trata de facilitar a la población el acceso al ámbito laboral y sus estructuras ya establecidas pero sin cuestionar sus elementos éticos ni con lo social ni con el medio natural. El objetivo por lo tanto no es sólo lograr el “día de mañana” un buen puesto de trabajo.
Esta educación que compartimos familia y escuela debe llevarnos más allá de esto y conducirnos a unas condiciones de vida digna para toda la humanidad, sea respetuosa con el Medio Ambiente y se pueda generar un verdadero desarrollo sostenible.

Así es como podremos aparcar nuestro egocentrismo, el excesivo parcelamiento de la vida académica, social y laboral y lograr que esas luchas que unos promueven, por ejemplo, en favor del respeto por el Medio Ambiente, o las batallas sociales y diplomáticas en favor de los refugiados, etc... dejen ser “cosas de otros” y se conviertan en objetivos prioritarios para todos.
Porque la razón es muy simple: “Todo está interligado, interconectado, todos somos interdependientes,… y nada hay que suceda en una parte del mundo por pequeña que sea que no afecte a otra que se halle en las antípodas”.

Santi Catalán
santi257@gmail.com

PARA AMPLIAR:

PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO:
  1. Si tuviéramos que sintetizar este artículo en tres ideas centrales ¿cuáles serían?.
  2. ¿A qué creemos que obedece ese empeño que cada día abunda más de fragmentarlo todo y subdividirlo como si unas partes no tuvieran que ver con las otras?.
  3. ¿Qué consecuencias trae el que cada colectivo o grupo humano se centre exclusiva o casi exclusivamente en su realidad concreta?. ¿A qué nos lleva un mundo de islas inconexas?.
  4. ¿Vivimos esta realidad en nuestra propia familia?, ¿y entre la familia, la escuela y otras instancias que son también educativas?. ¿Cómo romper esta inercia?.
  5. ¿Cómo educar a nuestros hijos para que sean personas solidarias y abiertas a todo su entorno y no sólo a sus intereses individualistas o particulares?.

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