El
primer objetivo de esta reflexión es definir claramente lo que es "acoso escolar" atendiendo a sus características
principales: qué es y qué no es.
El artículo que van a leer está tomado de: https://cadenaser.com/ser/2019/01/31/sociedad/1548925808_776837.html
El
problema conocido como acoso escolar o bullying forma parte de las
preocupaciones del profesorado, de las familias y de las administraciones
educativas desde hace años en nuestro país.
Teniendo
en cuenta el interés que suscita, la amplia difusión del fenómeno puede llevar
a confundirlo con otros relacionados con la convivencia escolar, pudiendo
generar confusión en las actuaciones y, en su caso, innecesaria alarma social.
El
primer objetivo de esta reflexión es, por tanto, definirlo atendiendo a sus
características principales: qué es y qué no es bullying. El segundo, señalar
la necesidad de actuaciones para detectarlo y, en su caso, detenerlo, en el
marco de la educación para el desarrollo social y la mejora de la convivencia
escolar.
El
acoso escolar:
- es un problema de convivencia entre escolares,
- que se produce en un contexto educativo
- en donde un chico o chica sufre agresiones de un grupo de compañeros que actúan de manera conjunta, dirigidos por un líder.
- Para hablar de este tipo de agresiones, diferenciándolas de otros conflictos de convivencia, es preciso, además, que el grupo de agresores las planifique con la intención de hacer daño,
- que se repitan en el tiempo
- y que la víctima no pueda responder por sí misma a los ataques, quedando en una situación de indefensión.
Una
pelea entre escolares (verbal o física), más allá del malestar o conflicto que pueda generar
entre los implicados o en el grupo de clase no es bullying. Tampoco se puede
hablar de acoso en las peleas entre bandas, aunque se den altos niveles de
violencia.
Por
tanto, si nos preguntamos por las razones por las que se produce podemos ver
que se debe al ejercicio de un poder ilegítimo por parte de un grupo de
escolares hacia otro, rompiendo las relaciones de igualdad entre el alumnado
que rigen en el seno de la institución educativa.
Nada
hay en la escuela actual, en tanto que institución encargada de educar en los
valores de igualdad y respeto, que tolere el abuso de unos escolares hacia
otros. Véanse las conductas con las que se identifica este fenómeno, justamente
en sentido contrario a la enseñanza de los valores básicos de ciudadanía: todas
ellas engloban un conjunto de agresiones dirigidas a hacer daño al otro, aunque
quienes atacan pretendan minimizar su impacto (“Es un juego”): son agresiones
verbales como insultar, poner motes y/o sembrar rumores denigrantes; de
aislamiento y exclusión; son agresiones físicas como pegar, robar, amenazar y/o
chantajear de distintas formas; también acoso sexual, por razón de género u
orientación sexual.
No es
poco, a pesar de que la visibilidad para el mundo adulto sea escasa en un
primer momento. Aunque, todavía hoy, la no intervención se justifique en viejos
mitos y estereotipos (“Eso siempre ha pasado y no era grave”) que, victimizando
doblemente, culpabilizan a quien sufre los ataques de sus compañeros o
compañeras (“No se integra”).
La
clave está en la experiencia del tutor.
Es
cierto que, en ocasiones, el profesorado bien puede no saber la profundidad del
daño, ni la duración de las agresiones en el tiempo. Aunque sí, debido al
conocimiento de su grupo, puede tener una idea de la naturaleza de las
relaciones entre su alumnado: los grupos que se forman, el rol que juegan los
chicos o chicas en su seno y del tipo de relaciones que se establecen.
La
experiencia de tutores o tutoras, particularmente, les permite conocer, aún de
forma aproximada, qué puede estar sucediendo en su clase con ese chico o chica
que, independientemente de su rendimiento, no tiene amigos, no se relaciona
bien con sus compañeros o compañeras, le cuesta ser admitido en los grupos de
trabajo, permanece solo en el recreo, etc. Y ese conocimiento es la base de su
actuación.
Es
cierto también que ser profesor o profesora no les convierte en expertos para
confrontar el acoso de forma automática, aunque la sensibilidad y preocupación
por el problema es suficiente para detectar y detenerlo cuando aparece, si se
asume que es imprescindible enseñar el respeto y la aceptación del otro como
tarea docente, porque ignorarlo es dejar crecer la semilla de la intolerancia y
el abuso.
Las
familias, por su parte, siendo un conflicto que se produce en la escuela, en el
seno de la clase –aunque puede tener continuidad fuera de ella, de manera
especial a través de las redes sociales- poco más pueden hacer que,
detectándolo, ponerlo de inmediato en conocimiento del profesorado responsable:
tutor o tutora, en primer lugar, de orientador u orientadora del centro y del
equipo directivo si fuese preciso.
No se
puede forzar la amistad.
Una
actuación conjunta, en las aulas y en los centros, desde la que se envíe el
mensaje claro y contundente de que en la escuela no se permite la violencia, y
de que el bullying, acoso o maltrato lo es, y así será tratado, es la
herramienta que permitirá detener los abusos. No es preciso, ni conveniente,
forzar “amigos” que acompañen al chico o chica victimizado, porque la amistad
no puede ser obligatoria. Por contra, sí lo es el compañerismo, el respeto al
otro, esta sí es obligación de la escuela.
En los
últimos años, a diferencia de finales de los 80 y 90, cuando se comenzaba a
estudiar el fenómeno en nuestro país, existe un alto nivel de sensibilización
entre escuelas y profesorado. Muchos centros cuentan con herramientas
educativas de distinto tipo y nivel de actuación: desde materiales para
promover la empatía y el compañerismo en el aula, hasta programas específicos
de “alumnado ayudante” o de mediación para orientar de forma adecuada las
intervenciones.
Asimismo,
existe legislación que penaliza la falta de actuación de los centros que se
empeñan, aún hoy y a pesar de todo el conocimiento disponible (guías,
publicaciones, cursos, conferencias, películas, series…) en negar la existencia
del problema en sus aulas y se muestran incapaces de proteger y educar a todo
su alumnado.
Lo
deseable, e imprescindible en cualquier caso, es no llegar a este extremo.
Educar es prevenir. El profesorado puede y debe saber cómo actuar. Las
herramientas del Derecho, para quienes creen que en ellas está la solución,
llegan cuando la educación ha fracasado y, en ese momento, ya es tarde. Muy
tarde por los largos años de sufrimiento que soportan las víctimas, a quienes
detienen proyectos de vida y agotan voluntades, en los casos menos graves.
Pero, también, desgraciadamente, demasiado tarde para otros chicos y chicas
que, abrumados por el sufrimiento y desesperados por la falta de apoyo,
recurren al suicidio.
En
definitiva, profesorado y centros han de saber responder a la pregunta que,
hace ya tiempo, se hacía Andy Hargreaves: “¿Cómo avanzar hacia una cultura
escolar en la que las agresiones no se consideran permisibles ni moralmente
admisibles y en las que la dignidad de la persona está por encima de cualquier
otro valor?”.
María Soledad Andrés Gómez, Profesora Facultad de Educación, Universidad de Alcalá
Este
artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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- Programa de prevención del acoso escolar.
PARA LA REFLEXIÓN Y DIÁLOGO EN FAMILIA:
- ¿Qué podríamos decir ahora, tras la lectura de esta entrada y de los artículos relacionados, sobre lo que es y no es "acoso escolar"?.
- ¿Cómo educar a nuestros hijos para que nunca se conviertan en acosadores de otros niños?.
- ¿Cómo educarles para que sepan actuar ante al acoso escolar evitando actitudes violentas? (las respuestas violentas ante el acoso escolar es lo que los acosadores buscan para justificar su permanencia en ese acoso).
- ¿Qué hacer y cómo, en relación con el colegio y su profesorado, si como padres/madres detectamos que nuestros hijos están sufriendo acoso?.
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